Por Chaunie Brusie
Imagen: Disney Baby
Estaba viendo un programa de conversaciones el otro día y la anfitriona, una mujer que no tiene hijos, hablaba de lo raro que le parecía el hecho de que una mujer embarazada pudiera sentir a su bebé moverse en su interior.
Lo comparó con sentir que había un “alienígena” moviéndose dentro de uno y dijo que no podía entender por qué las mujeres se emocionaban tanto al sentir los movimientos del bebé.
No me quedó más que reírme un poco, porque, por un lado, de manera objetiva, entiendo su punto de vista. Es un poco extraño pensar en el hecho de que, apenas separado por meras capas de piel y músculo (bueno, en mi caso no mucho músculo), hay un ser humano creciendo en tu interior. Sin embargo, por otro lado, me declaro en desacuerdo con ella, porque no hay nada aterrador con sentir cómo se mueve tu bebé.
De hecho, es lo que me mantiene en marcha durante el embarazo.
Un embarazo te hace pasar por muchas situaciones difíciles y yo no soy la mujer más recatada del mundo cuando se trata de guardarme las quejas en ese sentido. Me doy cuenta de que debería serlo, pero la verdad es que estoy malhumorada e impaciente y, aparentemente, soy bastante egoísta.
El primer trimestre es difícil, el último mes de embarazo es casi una verdadera tortura y los meses intermedios son un torrente de ridículo público cuando todos dicen que no pueden creer lo gorda que estoy y todo lo que me falta todavía, mucho menos yo.
Así que, en medio de las náuseas o de sentir que jamás voy a poder volver a mantener los ojos abiertos después de las 8:00 en el primer trimestre, espero con ansias sentir esos primeros pequeños movimientos que me hacen saber que sí, esto en realidad está sucediendo. Esas primeras pataditas que me demostrarán que no me estoy imaginando el embarazo y que hay algo maravilloso sucediendo en mi interior.
Y en el segundo trimestre, cuando se supone que debo sentirme de lo mejor, pero en realidad me siento demasiado gorda y temerosa de lo que vendrá, esas pequeñas patadas, todavía leves, son las que me mantienen en marcha. Son mis dosis diarias de gratitud, las que me recuerdan detenerme y darme cuenta de que el embarazo es mucho más que mis miedos, mi comodidad o incluso que mi tamaño.
Que se trata de este pequeño y de la vida que está latiendo, oculta en secreto y que, en este momento, solo yo conozco.
Y esas patadas y ese pequeño saludo son recordatorios que no serán tan suaves cuando llegue a mi tercer trimestre y que me brindan la tranquilidad que necesito para superar las últimas semanas. Saber que mi bebé está creciendo fuerte y saludable debido a mí y saber que, a medida que esas patadas se hacen más persistentes, estoy un paso más cerca de tenerlo entre mis brazos…
Ahí es donde radica la magia del embarazo.